Hablar spanglish y comprar en chino
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El capital no tiene bandera, ni habla un idioma en particular: Tacos, arroz
congrí y yuca con mojo están haciéndole la guerra al Mac Donald.
por ARMANDO LóPEZ, Nueva Jersey
El español es la lengua extranjera más estudiada en Estados Unidos, con 800.000
nuevos estudiantes matriculados en las universidades, cuatro veces más que el
francés y siete veces más que el alemán, asegura la Modern Language Association
of America.
Refleja el interés de los angloparlantes por ser competitivos en el mercado
laboral. Las grandes compañías buscan trabajadores bilingües. Y si hablan el
idioma de 40 millones de consumidores hispanos que viven en Estados Unidos,
mejor.
En un mercado global, donde un producto se fabrica en China o México y se
vende en Tokio o Buenos Aires, un segundo idioma ya no es útil, es
indispensable. El estudio del japonés se ha multiplicado por ocho, y el número
de estudiantes de chino ha crecido cinco veces y medio. Para tener una idea de
cómo aumenta o desciende el interés por un idioma, el ruso creció en los años
sesenta, pero cayó estrepitosamente en los noventa, porque Rusia dejó de ser la
gran potencia.
Pero el español es el segundo idioma del planeta. En Estados Unidos se
escucha en las calles de las ciudades, y hasta en los más remotos campos.
¡Avance arrollador! No fue hasta 1970 que la palabra hispano fue incluida en el
Censo, no sin alarmarse de que uno de cada diez habitantes, varias cadenas de
televisión, y cientos de emisoras de radio ya hablaban español. Les salíamos
hasta en la sopa. En el Congreso, en la policía, en la cartelera del Madison
Square Garden. En titulares se leía: "Para el año 2020, los hispanos se
duplicarán". Y al paso que vamos… se quedan cortos.
Tacos, quesadillas, mofongo, arroz congrí y yuca con mojo están haciéndole la
guerra al Mac Donald. Los hispanos estamos en la televisión, y no sólo en
español, en inglés. Somos bilingües. Hace dos décadas hubiera sido impensable
una megaestrella como Jennifer López, ni que el mexicano Alfonso Cuarón hubiera
dirigido la tercera parte del clásico Harry Potter, ni que hubiésemos
tenido jueces, representantes, senadores, gobernadores de estados y ministros en
el gabinete presidencial. Y mucho menos que los candidatos a la presidencia nos
hubieran enamorado el voto.
El mercado manda
Los anglos saben que si no aprenden español pierden la batalla. El capital no
tiene bandera, ni habla un idioma en particular. Si el mercado hispano crece, el
español crece, y los empresarios para no dejar de vender, estudian español.
Desde 1970, el idioma de Cervantes es la lengua extranjera más enseñada en las
universidades estadounidenses (más de la mitad de los estudiantes). Y no es de
extrañar. De hecho es la primera lengua de 30 millones de norteamericanos.
Las grandes publicitarias ya tienen divisiones en español. Cada día, nuevas
publicaciones hablan nuestro idioma. Cadenas de periódicos como USA Today, crean
semanarios en español en muchos estados. Basta ir a un kiosco de revistas para
ver People, National Geographic y hasta el magazín AARP, en
su versión en español.
El proveedor mayor de Internet en el mundo, American On Line, tiene su AOL
Latino. Yahoo ya habla español, y hasta MSN, el monstruo de Bill Gates, ha
tenido que entrar en la moda hispana. En las compañías de larga distancia, en
las de celulares, en las cadenas de hoteles, en las tiendas por departamento, en
las aerolíneas, todos urgen hablar español. El mercado hispano es una tajada de
miles de millones, que no quieren perderse.
Claro que hay frenos. Atorrantes que temen que un día California se declare
estado hispanoparlante. Rubios de a caballo y espuelas, que se creen que aún
viven en la época de los cowboys, y nos discriminan. Quedan por ahí
ingenuos alcaldes que pretenden exigir "english only" en sus pueblos. Directores
de escuela, y administradores de tiendas que prohíben a sus alumnos, o a sus
trabajadores, hablar español, pero esos son unos pocos que el Quijote y Sancho
arrollarán en su marcha indetenible.
Los idiomas están vivos. Palabras mueren. Palabras nacen. El español de hace
cuatro siglos no es el de hoy. Si un locutor de TV hablara el inglés de
Shakespeare, hasta la Reina Isabel apagaría la tele. Cada generación aporta
nuevas palabras al idioma. La publicidad y la tecnología crean su propio
vocabulario. Hace dos décadas, un ratón era un animal despreciable. Ahora, hay
que cuidarlo para que funcione nuestra computadora. Los textos del rap y el
reguetón que cantan nuestros jóvenes escandalizarían a nuestros abuelos. Hoy no
hay malas palabras, sino oídos culpables.
En Estados Unidos, al tiempo que los anglos comen tacos y quesadillas, y los
hispanos hamburguesas, los idiomas se funden y confunden. Basta escuchar a los
boricuas nacidos en el Bronx, a los hijos de cubanos de Miami, o de mexicanos en
Los Ángeles, hablar la mitad en español y la otra mitad en inglés. Y lo mismo
pasa con su cabeza: piensan mitad y mitad. Y eso no tiene remedio. Ha sucedido
siempre. Es la transculturación.
Dentro de un tiempo cercano, en Estados Unidos se hablará spanglish. Así lo
profetiza el cineasta ganador del Oscar, James L. Brooks, en su nueva película
Spanglish. Comedia que resulta cuando la bella mexicana Flor, madre de
una niña de doce años, va a trabajar a casa de una acomodada familia
angloparlante de Los Ángeles. Atentos a este filme. Se estrena en diciembre. Y
por si acaso, vayan estudiando chino como segundo idioma. Desde el calzoncillo,
la corbata, las piezas de repuesto del auto, y hasta el teléfono en que
hablamos, se fabrican en la nación más favorecida por el comercio
estadounidense.
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